martes, 5 de mayo de 2009

Viajecico rumbero a Tarazona

Vista de Tarazona

Cogimos el autobús, destino Tarazona, el Viernes de mañanita. Llegamos sin saber dónde se ubicaba nuestro hostal, así que decidimos que sería buena idea pasar por la Oficina de Turismo. Con nuestros planitos y nuestras ganas de disfrutar, nos dirigimos al Palacete de los Arcedianos (edificio del Siglo XVI), para poder dejar allá nuestros enseres. La fortuna estaba de nuestro lado: a pesar de nuestras bromas, que llevaron a un divertido equívoco, el pequeño apartamento era nuestro. Comenzaba bien nuestra andadura por tierras turiasonenses.


Palacete de Los Arcedianos. Foto extraída http://www.palacetearcedianos.com/

Era Viernes y nos quedaba toda la tarde por delante. Era el día destinado a conocer las calles y monumentos de la urbe que nos iba a acoger. Así, fuimos recorriendo sus calles, comenzando por La Judería, con sus Casas Colgadas; y, seguidamente, un montón de monumentos: la Iglesia de la Magdalena, cuyo origen se remonta ya al Siglo XII; el Ayuntamiento (S. XVI); la Catedral (cerrada desde 1985), cuyas obras comenzaron allá en el Siglo XII, pero que siguieron durante el S XV y XVI, viéndose, por tanto, los estilos románico, gótico, mudéjar, renacentista e incluso barroco; el Teatro de Bellas Artes (1921); el crucifijo (S. XVII), sito en la salida de la ciudad, entre muchos otros.

La Plaza de Toros de noche, iluminadica ella...

Ya, de tarde-noche, fuimos a tomar un tentempié a un curioso bar. Allí, de repente, se nos acercó un chamaquito de un año llamado Marcos. Ni corto ni perezoso, se sentó con nosotros e hizo muy buenas migas con Marta, con quien se sentía tan a gustito que increpaba a su madre para que también tomara asiento a nuestra vera. De camino a nuestro temporal hogar, recordábamos con alegría este divertido suceso.


Amanecimos más tarde de lo esperado. Bueno, hicimos el remolón un buen ratillo antes de poner en marcha nuestros cuerpecillos rumberos. Nos levantábamos más tarde, pero nada ni nadie nos encorría. Estábamos para descansar, para desconectar, para estar juntillos unos días y disfrutar de nuestra compañía. Ser conscientes de ello nos hacía más partícipes de esa diversión rumbera que se adueñaba de nuestros actos durante aquellos tres días (bueno, creo que de todos y cada uno de nuestros días).


Realizamos las compras necesarias. Bueno, todas no. Nos faltaba el pan y unos vasicos de plástico. Preguntamos en la panadería y nos comunicaron que, casi en frente, había una tienda donde seguro que encontraríamos. Nada más entrar la sorpresa volvía a dejarme atónito ante un inesperado encuentro ¡Santa Bárbara de los Ojos Abiertos! Era la tienda de la madre de Marcos. ¡Vale! Tarazona es pequeño. ¡Vale! Era fácil volver a encontrarnos por sus calles… ¡Pero que, justo, nos manden a esa tienda y allí trabaje ella es mucha casualidad!


Quedamos embriagados por toda esa miscelánea tonal que precedía al Moncayo

Preparamos la mochilita y comenzamos nuestra caminata. Tan sólo un plano en el que no se detallaba nada. Pero, con Marta convertida en “pequeña sherpa” y las ganas de seguir hilvanando un maravilloso fin de semana, llegamos a nuestra primera parada: Grisel, donde nos recibieron a ritmo de baile de gigantes. De nuevo, un encuentro, esta vez el de Alberto (¡no paro, eh!), nos anunciaba que a las 18.00 horas había dance, por la Feria de Grisel, en el pabellón. Parecía buen plan, sí señor…


Los Gigantes que nos recibieron en Grisel

El camino hasta Trasmoz se hizo un poco más largo. A ello ayudaba el calor y el hecho de deambular por caminos que, sin lugar a dudas, no eran los más correctos para llegar a nuestro destino. No obstante, a la hora convenida, entrábamos en esta pequeña población. Sabedores de que en ella habitan las Brujas, no estuvimos mucho tiempo. Mas, ellas se apresuraron y nos enviaron uno de sus hechizos. Poco a poco, mientras caminábamos, íbamos convirtiéndonos en pequeños y risueños cangrejos de río.


Vista de Trasmoz

Llegamos a Grisel justito a las 18.00 horas. Allí, saboreamos el dulce más rico de la comarca y, nada más terminarlo, fuimos al pabellón para ver los dances. Unos/as quillicos/as de Gallur, primero; los Gigantes después; seguidamente un grupo de Bulbuente y, para finalizar, con Alberto en sus filas, los/as danzantes de Grisel. Realmente, un espectáculo bien bonito para ver, tanto por todo su ritmo como por su interés.


Danzantes de Bulbuente

El dance de Grisel

Había que partir a Tarazona. Al llegar, un nuevo encuentro: mi antigua profi de Laboratorio Fotográfico Digital. ¡El Mundo sigue reduciéndose, quillicos/as! Como buenos cangrejos, necesitamos agua, así que la ducha de rigor era más que deseada. Mientras, la noticia de que el Barça se convertía, prácticamente ya, en campeón de liga llegaba a nuestros oídos en formas de cánticos populares. Seguidamente, el cansancio, la cena y el gran vino de “sabor ligero, vegetal y áspero de ajustado equilibrio”, nos dejaron tan “mataítos” que nos quedamos totalmente dormidos. Esa noche nos quedábamos si la esperada visita al “Litros”, y el espectáculo de bailes y cantos de puño y cuernos alzados en gargantas desgañitadas por tanta euforia animal.


Despertamos. Era nuestro último día allí. Por eso, quizás, tuvimos la inesperada visita de un ser que nos haría reír: “el jorobado”. Habíamos sido atacados por peligrosos felinos; después, por rápidos y frenéticos cangrejos; nos habíamos convertido en hilarantes ranas; habíamos descubierto el poder de la luz sobre los vampiros y, cuando ya parecía que el desfile de alocados seres había terminado, apareció por la puerta ese genial hombrecito de afable presencia.


Marta mostrando esos deliciosos dulces... ¡los más ricos de la comarca!

Antes de subir al autobús, Tarazona aún nos iba a ofrecer horas de ilusión y de alegría. Gracias por estar aquí. Gracias por tu compañía.

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