martes, 11 de noviembre de 2008

Ángel

Ayer, se suprimió nuestro correteo nocturno. Luz propuso un plan que no podía rechazar: Ir al Teatro del Mercado a ver una obra que mezcla teatro, danza y títeres. Dicho y hecho. Quedamos a las 20.45 en la puerta, pero el azar de mi deambular zaraguayano hizo que me encontrase con ella antes de la hora en la Plaza España. Así que había que aprovechar el poco tiempo que teníamos antes de la obra para echar un cafelito rumbero. En la puerta nos juntamos con Conchi y Víctor, mis compañeros de disfrute teatral.

Ángel:
Texto y foto extraídos de: http://www.redaragon.com/agenda/fichaevento.asp?id=42272

"En el principio fue la palabra. Un grito desde las tinieblas... La obra cuenta la clásica historia de un vagabundo que cae en desgracia y conoce a un ángel en un cementerio y crea su hogar con él. A través del ángel se entra en un ambivalente mundo de sueños, maldiciones y revelaciones. Es un ángel guardián, un mensajero, un juez o simplemente un mal viaje del vagabundo. En Ángel, danza de títeres y confesiones se mezclan en una historia de amor profano".

Al terminar, la sensación era buena. No obstante, los momentos que tiraban más hacia la comedia se me antojaban un poco flojos y, en mi humilde opinión, sobrantes. No obstante, mereció la pena asistir a la obra.

Al salir, Luz y yo marchamos a tomar un vinito. De nuevo, el azar trajo al bar a Iñaki, su tío José, Jean y... ¡Perico Fernández! No obstante, este afamado ex-boxeador se fue al instante y quedé tan sólo con tres acompañantes. El ritmo frenético de sus movimientos, de sus palabras, de cada momento, llevó a mi cuerpo a un estado alterado en que nerviosismo e innumerables risas me invadían por completo.

Al terminar, tres que tiran para la Morrisey y dos que marchamos hacia nuestros respectivos hogares. Pero, sale la palabra queso y yo tengo uno francés de cabra delicioso. Así que, por no molestar a mis compis de hogar, subo, lo cojo de la nevera y marchamos a casa de Luz a terminar la velada. Allá, preparamos unas tapitas con pan de nueces y el queso en rodajas. Allá, los dos, con la musiquita, el queso, el pan y, como no, las conversaciones que, cada vez, nos aportan más complicidad y la alegría de volver a conocernos.

Desperté con la sensación de que, al menos, acabé divertido y con agrado un día que, en su totalidad, había acontecido totalmente aciago.

Gracias

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